Mi experiencia, vivencias y emociones en la Maratón de Nueva York

Preámbulo.

La aventura de correr la Maratón de Nueva York empieza por lo menos un año antes; bueno, la gestión para participar porque lo importante para competir en una carrera de 42 kms.es la preparación física que requiere un entrenamiento previo y específico de al menos dos años.

En cuanto a la gestión, caben dos posibilidades: opción 1, solicitar sin más la inscripción y entras en la «lotería», que se celebra a finales de febrero, asignándose al azar las plazas restantes de la opción 2, para ésta debes acreditar la marca requerida para tu edad en alguna maratón que hayas disputado aportando el diploma acreditativo (yo entonces tenía, la marca requerida para mi edad, 2 h 58 m en maratón y/o de 1 h. 25 m. en media maratón). Opté por esta alternativa, unido a la compra de un paquete de viaje y estancia a un touroperador oficial.

Las horas previas.

Confieso que las horas previas fueron de nervios e incertidumbre, mezcla de ilusión, tensión e inseguridad.

Había que trasladarse en autobús, necesariamente, desde el hotel (en mi caso, situado hacia la calle 43 con Av. Madison) hasta el lugar de salida, en Staten Island, con unas tres horas de antelación. Si a ello unimos que previamente había que desayunar y que la carrera salía hacia las 9:30 h, pues me levanté ese día a las 5:00 am. Me subí al autobús (a medida que nos aproximábamos a Staten Island el tráfico consistía en una caravana de autobuses en la misma dirección y con el mismo destino). No había otra forma de desplazarse, ni posibilidad de vuelta atrás: como Staten Island es, como su nombre indica, una isla, la organización de la maratón exige estar en el punto de partida con antelación de dos horas y no estaba permitido salir de la isla; la única salida era corriendo, a la hora de la salida de la maratón. El ambiente durante el trayecto en autobús era de nervios contenidos, compañerismo y solidaridad (todos íbamos a lo mismo, comentarios sobre la marca prevista, consejos, y sobre todo muchos ánimos de unos a otros).

Decía que estaba prohibido «salir» de la isla y, además, el lugar, una especie de campa de gran extensión, era un espacio militar (“Fuerte Watsworth”), lo que inducía a pensar en principio que estabas “prisionero” por unas horas. Por otro lado -se me olvidaba contar- que ese año arrastraba una lesión de periostitis tibial desde el verano; pero, claro, como ya estaba inscrito y el viaje organizado, decidí participar aunque sin aspirar a una gran marca ya que esa lesión aunque no me impidió entrenar no pude hacerlo en las debidas condiciones. Por esto, durante ese periodo de dos horas “encerrado” en el «fuerte militar», si bien logré abstraerme del ruido ambiente (música con alto volumen, gritos y cánticos por grupos de corredores) y concentrarme mentalmente, tras hacer mis ejercicios de calentamiento y estiramiento, aparte de padecer un poco de soledad (entre la multitud de unos 30.000 corredores había perdido a los colegas del grupo español) sentía cierta inseguridad, me entraban por momentos dudas acerca de si sería capaz de aguantar los 42 kms por la lesión. Aunque he de reconocer que por encima de todo sentía ansiedad, ganas de que la carrera comenzase ya, pues me encontraba preparado mentalmente para afrontar la aventura.

La salida.

Despreocupado de colocarme en filas delanteras, lo que tampoco tiene trascendencia en un maratón ya que tu tiempo empieza a correr cuando cruces la línea de salida -donde se registra tu paso a través del chip que porta cada participante-, aunque lleves previamente andando, trotando o corriendo quinientos, ochocientos o mil metros, observé que había llegado el momento pues la gran masa de corredores y corredoras (profesionales y aficionados, debutantes o veteranos) comenzó a desplazarse hacia el puente Verrazano, pasé momentos de confusión ¿se había dado ya la salida? ¿dónde estaba la línea de salida? El pelotón de corredores avanzaba lentamente, parecía que era una marcha, de pronto sonó un cañonazo (es verdad que estábamos en una instalación militar, ya me había olvidado): ese era el llamado “pistoletazo de salida” y unos minutos después comprobé que -aunque no la ví- estaba atravesando la línea de salida pues en ésta suenan los pitidos que captan, por lo del chip, el paso de cada corredor por la misma. Es un momento -lo viví en otras muchas carreras- en que se suelta la tensión y nervios acumulados, como cuando estás empezando un examen (que llevas tiempo preparando) al darse a conocer las preguntas a las que debes contestar y estás preparado para ello, sabes que vas a poder responder y con posibilidades de aprobar. Unos metros más adelante llegas al puente Verrazano (el que cruza la bahía y separa Staten Island de Brooklyn).

Pienso que acabo de comenzar la maratón de Nueva York, hace un espléndido día de otoño, la vista impresiona, tanto de la masa de corredores como del propio puente y de la bahía. Son momentos de entusiasmo y euforia. El pelotón empieza a estirarse, yo empiezo a adelantar corredores. Me encontraba con “fondo” suficiente para aumentar el ritmo y dejar atrás el inevitable trote inicial, aunque era consciente de que -aparte de la lesión- no podía olvidarme de una de las reglas claves de la maratón, que es saber frenarse: si tienes una preparación previa de meses y estás empezando la carrera el cuerpo te pide y te permite ir más rápido, es lógico, pero ¡ojo! faltan 42 kms. He de confesar que, a pesar de lo dicho, en muchas maratones, incurrí en ese grave error; no fue así en el de Nueva York pues por lo indicado no fui con la intención de hacer buena marca sino de terminarla, por supuesto, y si era disfrutándola mejor.

Brooklyn

Una vez atravesado el puente (que mide más de 4 kms) se entra en el segundo de los cinco Distritos de Nueva York por los que discurre la carrera: Brooklyn (el más poblado, con más de 2.600.000 habitantes, por detrás de Manhattan, y lugar de nacimiento de famosos artistas como Barbra Streisand, Eddie Murphy o Woody Allen). Aunque parece ser que, por el incremento del coste de los alquileres, este Distrito está ocupado ahora por clases sociales con mayor capacidad económica y por tanto con vecindarios muy diversos, a mí me dió la sensación de que predominaba el tradicional vecindario inmigrante, con ciertos grupos étnicos y muchos espectadores de origen hispano.

Recuerdo que se atravesaba todo Brooklyn y todo Queens por anchas avenidas, los espectadores apostados en el borde de las aceras animaban sin cesar, y no digamos cuando se pasaba delante de algún cuartel de bomberos y éstos hacían sonar sus sirenas como manguerazos de ánimo, ello te hacía subir las pulsaciones y yo, como otros, también les aplaudía en señal espontánea de agradecimiento. Lo mismo ocurría, como durante todo el recorrido, cuando en alguna plaza o punto estratégico algún grupo musical (que los había de todas clases, sonidos y etnias) tocaba y bailaba sin cesar (siempre pienso que ellos también están haciendo un maratón pues tocan, cantan y bailan no solo cuando pasas tú sino a lo largo del paso de todos los corredores por lo que su actuación puede prolongarse hasta siete horas). El ritmo de la música me daba fuerza y coraje, hasta euforia y subida de las pulsaciones.

Queens

Aunque no supe en qué punto concreto entraba en el Distrito de Queens pues aparte de estar centrado en mantener un ritmo adecuado para mis posibilidades, es decir tranquilo pero vivo, constante, y el paisaje era similar (anchas avenidas, construcciones no muy modernas de cinco o seis plantas) me dí cuenta que el paisanaje había cambiado completamente cuando por la Bedford Avenida y sus calles perpendiculares observé con curiosidad la proliferación de judíos ortodoxos, vestidos de negro, con largas barbas, sombreros negros de ala ancha y tirabuzones, sorprendiéndome que no prestaban atención a la carrera, miraban al suelo o a otro lado o hablaban entre ellos; desconozco la razón, quizá influyan sus creencias o costumbres.

Pero esa indiferencia y silencio me hizo al propio tiempo recobrar durante ese tramo la serenidad quizás necesaria para compensar los momentos de euforia vividos y que se repetirían después.

Bueno, el perfil parece que se endurece un poco, llevo unos 25 kms, y todavía faltan unos 5 para llegar al llamado «muro de la maratón» (el km. 30), empiezo a notar alguna molestia en las piernas. Se inclina más el asfalto para alcanzar el Queensboro Bridge, (puente que cruza el East River para pasar a Manhattan), son momentos de cierta intranquilidad.

Manhattan

Tras cruzar el puente y para coger la Primera Avenida el tramo ascendente anterior ahora es descendente, lo que alivia el esfuerzo. Nos adentramos en Manhattan, ya en la milla 16 (km.25,700) y, de repente, estás corriendo por la Primera Avenida, atestada de espectadores, te emocionas, recibes una intensa carga de adrenalina.

Percibí que era cierto el dicho de que atravesar, corriendo la maratón, la Primera o la Quinta Avenida, es como actuar en Broadway y recibir una prolongada ovación del público.

Debe recordarse que aproximadamente 2 millones de espectadores alientan a los corredores en vivo a lo largo del trazado de toda la maratón.

 En cualquier caso, me sentía orgulloso, disfrutaba de la maratón. A pesar de que por la Primera Avenida (el paisaje se reconvierte en zona de altos y modernos edificios), dirección norte, se sube por una pequeña zona de colinas que hacen bastante dura esta parte, incluso llegas al “muro” del km 30 a la altura de la calle 86 de Manhattan, la euforia obtenida y la animación popular te hacen olvidar ese llamado “muro” y pensar más con la cabeza -hay que mantener un ritmo adecuado e hidratarse siempre- y no en las molestias que puedas tener en las piernas.

El Bronx

Es el cuarto y penúltimo distrito, aunque -ojo- todavía quedan 10 kms y llevas recorridos 32.

El tránsito por el Bronx, de unos dos kilómetros, se me hace llevadero. Lo primero que percibes es el predominio de los habitantes de raza negra, de todas las edades, condición y sexo. Familias enteras, amigos, viandantes que igualmente aplaudían y animaban nuestro paso. Una pareja apostada en la acera, con tres hermosos niños, extendían el brazo (gesto típico en las maratones) para saludar a los corredores. La ternura que me causaron esos niños me hizo acercarme a la acera para, sin dejar de correr, chocar la mano con las de toda la familia.

Se cruza por un par de puentes y se pasa de nuevo a Manhattan.

La Quinta Avenida y Central Park

Se baja por la señorial Quinta Avenida hasta Central Park, observo la señal del km. 35, nos adentramos en el parque, aunque se hace algo duro me encuentro con fuerzas (ya está hecho, me digo).

Además, al salir otra vez a la Quinta Avenida, a la altura del hotel Plaza se gira a la derecha a la calle 59 (justo la que limita con la parte sur del Parque) y sentí una mezcla de euforia, emoción y alivio pues, además de restar solo 1,5 kms., la muchedumbre que se agolpa en la zona es tal que a ambos lados de la calle había varias filas de espectadores enfervorizados dando los últimos gestos de ánimo, entre los que escucho gritar mi nombre a mi mujer y amigos acompañantes, ello me da una nueva subida de adrenalina y ánimos más que suficientes para superar el último tramo: desde Columbus Circle hasta la meta, en Central Park, ¡solo faltan unos 800 metros!

La mítica meta en Tavern on the Green.

Los últimos metros, además de -¿por qué no? sprintar- me resultaron fáciles: la música ambiente, el anuncio de tu nombre por el micrófono y la gran satisfacción de haber cumplido con creces el objetivo facilitaron que cruzase la meta sonriente y feliz.

No solo había cumplido el sueño de correr la maratón de Nueva York, sino lograr terminarla y con una marca que -aunque para mí discreta (3 h. 16 min.) en aquel año de 1998-, por las circunstancias expuestas me conformaba con finalizar aunque fuese con un tiempo superior a tres horas y media.

De regreso al hotel, portaba orgulloso la medalla de finisher y agradecía las congratulations que me dirigían algunos anónimos transeúntes.

Publicado por José López Viña

Especialista en Administración local. Secretario General en Ayuntamientos de Asturias y Madrid. Autor y coautor de manuales, libros y artículos, especialmente sobre procedimiento administrativo. Ahora también bloguero. Asturiano nacido "a la vera del Cabo Peñes", en Luanco (Gozón), o sea junto a la mar. Escritor aficionado de literatura. Practicante aficionado de carreras de fondo. Abogo por una Administración transparente, sencilla, de fácil acceso para el ciudadano

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